sábado, 9 de mayo de 2009

¿Milagro o Síndrome?

Ví a Dios en El Vaticano. Nada anormal. Lo hace todo el mundo. No vas a pagar un pasaje tan caro a un país tan ruidoso para luego quedarte si una aparición, una iluminación o al menos una revelación. Yo hice bingo. Tres en uno. Me desvanecí dentro de la Capilla Sixtina justo cuando levanté la cabeza para fijarme en el dedo de Dios tocando la mano de Adán. Se me aparecieron unos extraños haces de luz a los lados y tuve una clara revelación: “me voy a desnucar al caerme al suelo de espaldas”. Gracias a Dios, nada grave. Él puso su red milagrosa detrás de mí para evitar una muerte anticipada. Soy muy joven aún. Tengo 77 años. Entre la guía de nuestra excursión y tres hombretones me sacaron de San Pedro para que respirase aire fresco.
Si eso no es un milagro, que venga Dios y lo vea. Así, de paso, cuando me visite El Salvador podré confirmar que el Altísimo existe y se preocupa por mis cosas. Sé que puedo vivir hasta los 100 años, pero igual no…
Las hordas de ateos convencidos entre los que se encuentran mi médico de cabecera y mi sicoanalista se empeñan en llamar Síndrome de Stendhal a mi milagro romano. Dice Wikipedia, la Biblia del Siglo XXI:
“Síndrome de Stendhal: enfermedad sicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una sobredosis de belleza artística, pinturas y obras maestras del arte. Tiene esta denominación por el famoso autor francés del siglo XIX Stendhal, quien dio una primera descripción detallada del fenómeno que experimentó en su visita en 1817 a la Basílica de Santa Cruz en Florencia.”
Fin de la cita. Pueden empezar a troncharse de la risa. Ahora resulta que una sobredosis de belleza te puede enfermar y hasta matar. Pero lo más divertido es que hay quien sostiene que el Síndrome de Stendhal apenas afecta a los italianos, norteamericanos o asiáticos. Lean, lean… Seguimos con la cita de Wikipedia:
. “Los turistas procedentes de América del Norte y de Asia no se ven afectados por el Síndrome de Stendhal: no se trata de su cultura. Los turistas nacionales tampoco se ven afectados: se bañan en esa atmósfera desde su infancia. Entre los demás, son más afectadas las personas que viven solas y que han tenido una formación clásica o religiosa. Son más afectadas las mujeres que los hombres.”
No te fastidia… Toda esta teoría la inventó, solita, una tal Graziella Mengherini. Esta siquiatra se debió dedicar hace 30 años a desatender a sus loquitos de todos los días para investigar sobre cualquier mamarrachada que le permitiese pasar a los Anales de la Psiquiatría Moderna. En 1979 describió el Síndrome de Stenhal después de atender en el Hospital de Florencia a un centenar de turistas que presentaban el mismo cuadro de síntomas después de visitar la Cuna del Renacimiento. Supongo que prefirió no considerar factores como el cansancio-post-tour-operator, el calor reinante en Florencia en verano, la elevada edad de la media de los visitantes, etc… Jamás utilices los datos de la realidad si estos van a ir en contra de tu tesis, debió pensar Graziella cuando elaboró su Gran Teoría.
Pero yo sigo con lo mío. Déjenme explicarles mi versión. El aire de la Basílica estaba contaminado por los flujos, olores y energía vital que desprendemos los seres humanos cuando entramos en éxtasis. Dentro de la Capilla Sixtina, respiré el mismo aire que exhaló Miguel Ángel. No es ninguna tontería. Aquella molécula de oxígeno que me hizo ver a Dios, mezclada con todo tipo de partículas, tóxicas y sanas, mutantes y tradicionales, malolientes y perfumadas pudo perfectamente ser la misma que transitó por todo el aparato respiratorio del colosal artista. ¿Cuántas moléculas de oxígeno contaminado hay en la atmósfera que respiramos? Seguro que si buscamos en Google, encontraremos algún científico loco que ha dedicado media vida a dar respuesta a este enigma. A mí el resultado me da igual. Lo único que sé es que al salir de la Capilla Sixtina respiré el mismo aire que Miguel Ángel. ¿Por qué? Vengan a mi casa. En el techo del salón acabo de terminar mi obra maestra. Yo jamás he dibujado ni la cara de mi retrato con un 6 y un 4. Sin embargo, me ha salido una copia exacta del gesto de Dios insuflando vida al cuerpo de Adán.

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